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Billy era una perrita chusca y callejera que dormía en el jardín exterior de la casa. Un día apareció en la puerta de nuestro hogar, nos dio pena, le dimos comida y nunca más se volvió a ir. Tenía pelo corto de color bayo, tamaño mediano, de hocico y orejas caídas  más o menos largas. Mi papá le puso una casita de madera en el jardín para que ahí viva cómodamente.

Pepo era un perro chusco y callejero de tamaño y contextura de un labrador grueso. Tenía color plomo oscuro medio atigrado con negro. Lo veíamos deambular por las calles de enfrente hasta que un día vino a cenar con Billy y se quedó en la puerta de la casa. En las mañanas usualmente amanecía durmiendo en el umbral.

Eran de respeto para los desconocidos pero cariñosos con nosotros, solían tirarse patas arriba para que los acariciemos y cuando eso sucedía era impresionante ver la cantidad de pulgas que habitaban entre su pecho y abdomen. Como niños, a mi hermana y a mí, no nos importaba porque de alguna forma eran nuestras mascotas no oficiales.

Siempre que mamá y papá estaban trabajando aprovechábamos la ocasión para ingresarlos a la casa y en algunos casos subirlos hasta los dormitorios de la segunda planta.

Un día en el cuarto de mis padres nos pusimos a jugar con los perros e incluso en medio del correteo ellos se subieron a la cama mientras nosotros reíamos y los tapábamos con la frazada y el cubrecamas, terminado el juego bajábamos a la primera planta a jugar otra cosa e invitar a los animalitos a salir. Por la noche llegaron mis padres y luego de la cena, todos, procedimos a acostarnos…

Pasaron los años y ya mayores comentando la anécdota con mamá, vimos que se dibujaba una sonrisa en su rostro. ¿El motivo? Finalmente se enteró por qué pasaba algunas noches en vela preguntándose ¿qué me pica?

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Pupi es un scottish terrier de año y medio de edad. Travieso y jugueton cuando quiere, es la alegria de mis hijos en casa. De color negro, patas cortas y una cabeza algo grande en proporción a su cuerpo pasa la mayor parte del día en la sala de la casa donde comparte con la familia. Sólo hay un detallito que a veces llega a desesperar: Durante el almuerzo o cena se coloca debajo de la mesa y con la cabeza entre las patas se lame los genitales.

Un día nos invitaron a una reunión en casa de una pareja que no conociamos. Dejamos encerrado a Pupi y procedimos a salir. Al llegar a la reunión pudimos observar que nuestros anfitriones eran una pareja sin hijos que, a falta de niños, criaba a un perrito shitsu.

Como no había con quién jugar nuestros hijos se entretuvieron con la mascota durante la velada.

En un momento de silencio, en medio de la conversación, nuestra hija, de 7 años, se acerco a nuestros anfitriones y con aire inocente dijo: «el perrito está chupándose las bolas….» PLOP!

Nuestro hijo, de 9 años, que estaba cerca le dijo: «no hermanita, no se dice el perrito se está chupando las bolas…» Se dice: «el perrito está chupándose los huevos…» REPLOP!

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Parte de la rutina de nuestro campamento scout incluía salir a realizar múltiples actividades en patrulla; estas eran muy variadas y podian abarcar desde cazar lagartijas en el cerro hasta ir a visitar el pueblo de cerro azul correctamente uniformados.

Y es que basados en esta rutina un día a fines de los 70, la patrulla ardillas con Javier «Chono» Gonzales, al mando, salió a dar un paseo por los alrededores de Cerro Colorado.

Mientras nos encontrábamos en caminata de exploración, a la vuelta del cerro donde acampábamos, algunos miembros de la patrulla aprovechaban el momento para perseguir lagartijas que entre curiosas y asustadas nos observaban desde las rocas calentadas por el Sol, pues era cerca del mediodía y este se encontraba en toda su plenitud.

Absortos en nuestro juego no nos percatamos que una patrulla (no recuerdo cual era, pero si usted estimado lector formó parte de la historia, agradeceré que me lo indique) viniendo en dirección opuesta a nuestra ruta se acercaba rápidamente hacia nosotros.

De pronto y no recuerdo el motivo, quizás por palomillada de muchacho, tanto ellos como nosotros cogiendo una piedra, cada uno, corrimos a atrincherarnos para acto seguido iniciar una batalla entre ambas patrullas.

Las piedras volaban sobre nuestras cabezas mientras intentabamos cubrirnos, ya sea detrás de una roca, un montículo de arena, o simplemente alguna irregularidad del terreno.

Junto a nuestros compañeros nos divertíamos despreocupadamente sintiendonos los heroes de aquellas series de guerra que solían pasar en televisión, sin tomar conciencia que nuestro inocente juego podria culminar en una cabeza rota u otra lesión mayor.

Las piedras iban y venían y nuestra única preocupación era poder darle al enemigo sin ser alcanzado. Luego de algunas bajas, con heridas sin importancia, felizmente la sangre no llegó al rio.

Treinta minutos despues cansados de nuestro juego las patrullas se reagruparon y siguieron su camino para posteriormente encontrarnos otra vez en campamento, darnos la mano y gozar de un refrescante baño en el mar hasta la puesta del Sol…

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